Una velada inolvidable de teatro bogotano
Y cuando es un amigo el que brilla en el escenario
La noche del viernes 9 de junio experimenté la increíble y a la vez completamente real historia del Conde de Cuchicute, o siendo estrictos la recreación de las últimas horas de agonía del despreciable José María de Rueda y Gómez, una mente perturbada de comienzos de siglo XXX, pero con dinero suficiente para que sus contemporáneos se hicieran los de la vista gorda.
Todo empezó con una discreta invitación vía “güasap” de un gran amigo a quien llamaremos cariñosamente DulceMuerte.
40 días faltaban para el estreno del show. «Será que estos locos querrán ir a teatro?», se preguntó DulceMuerte.
Copió y pegó en su celular e hizo “clic” en enviar. «Se fue esa vaina. Ahora tocará esperar», meditó.
Dicen que el tiempo es relativo y que se vive diferente en cada situación. DulceMuerte lo supo en ese mismo instante. Fueron 6 minutos, que se sintieron horas.
Una leve sonrisa se reflejó en la ventana del apartamento del segundo piso, de un edificio de ladrillos naranjado, desde donde se puede divisar la ciudad de Bogotá en todo su esplendor hacia el occidente.
Lina y yo empezamos a hablar inmediatamente de nuestra salida a teatro, pero principalmente a imaginarnos como sería ilustrada la agonía de una persona que se sabe herido de muerte, y que empieza a rememorar historias de su vida. Por supuesto también como sería ver a nuestra amigo en escena.
Los días siguientes transcurrieron con relativa ignorancia sobre el espectáculo. Como buena pareja de despistados, cada día trae su afán, y en medio de cada afán miles de cosas llenan nuestras conversaciones. El show todavía no ocuparía un lugar relevante hasta muchos dias después.
20 días faltan para el estreno del show. «Será que estos locos tendrán claro que son solo 4 funciones?», se preguntó DulceMuerte.
Copió y pegó en su celular e hizo “clic” en enviar. «Se fue esa vaina. Ahora tocará esperar», meditó.
Dicen que el tiempo es relativo y que se vive diferente en cada situación. DulceMuerte lo sabe. Ahora tiene certezas. Ya no fueron 6 minutos, que se sintieron horas. Fueron horas que se sintieron minutos. DulceMuerte ha tenido un día ajetreado.
Un atisbo de asombro se reflejó en la ventana del apartamento del segundo piso de un edificio de ladrillos naranjados, desde donde se puede divisar la ciudad de Bogotá en todo su esplendor hacia el occidente. «¿Unas copitas?»
Le cuento a Lina que hace muchos años no voy a una obra de teatro. Conversamos sobre la intimidad de este tipo de espectáculo y del compromiso emocional que implica para un espectador la experiencia teatral.
Hablamos también de lo “fácil” que resulta para el público ir a cine y de como la mente acepta sugestionarse rápidamente, sea un película romántica, de acción, de suspenso, terror o cualquier género y vivir la experiencia. No así en teatro. El Teatro requiere compromiso para participar del espectáculo imaginando, recreando, fantaseando.
El ser humano siempre está en busca de comodidad, y tal como en la tecnología, en el entretenimiento tendemos a preferir lo que nos cueste menos esfuerzo. El Teatro es la antítesis de esa premisa.
Es como intentar convencer de escoger siete días de una travesía por la mitad de una selva virgen con la ayuda de solo un cuchillo en vez de escoger el mismo tiempo en un resort con todo incluido.
10 días faltan para el estreno del show. «Será que estos locos querrán tardear un rato para poder contarles del show?», se preguntó DulceMuerte.
Copió y pegó en su celular e hizo “clic” en enviar. «Se fue esa vaina. Ahora tocará esperar», meditó.
Dicen que el tiempo es relativo y que se vive diferente en cada situación. DulceMuerte lo sabe. Ahora tiene dudas. Olvidó por completo que ni los minutos, ni las horas son suyas ese día. DulceMuerte sabe que el destino a veces nos hace jugadas inesperadas.
Una mirada vidriosa y una lágrima se reflejan en la ventana del apartamento del segundo piso de un edificio de ladrillos naranjados, desde donde se puede divisar la ciudad de Bogotá en todo su esplendor hacia el occidente. «¡Juemadre!», alcanza a decir entre dientes DulceMuerte.
LLega el día del gran estreno del drama satírico “La agonía del Conde de Cuchicute”, escrita, dirigida y producida por Patricia Llinás en donde nuestro gran amigo tiene un papel estelar. Nosotros logramos concretar ayuda para cuidar a nuestra hija y poder disfrutar del espectáculo.
Estamos de acuerdo en que queremos acompañarlo con toda la disposición y muy a nuestro estilo, nos preparamos para nuestra velada la noche siguiente.
Leemos el brochure de la obra, consumimos lo que nos encontramos en internet sobre el dichoso personaje y partimos hacia el Teatro Leonardus que nos descresta con sus instalaciones, para estar ubicado dentro de un colegio.
Nos encontramos con amigos y familiares de nuestro amigo y nos sentimos partícipes de su emoción. Es una noche especial. El lo sabe. Nosotros lo sentimos.
El show inicia y se los resumiré en x partes.
Parte 1. El Conde recibe la media bobadita de 15 puñaladas mortales y un médico intenta salvarle la vida.
Parte 2. Mientras El Conde agoniza en su lecho de muerte, alucina historias con quienes tuvo relaciones en vida.
Parte 3. La DulceMuerte lo visita, regodeándose de su poder y anunciando que no tiene escapatoria.
Parte 4. DulceMuerte triunfa. El Conde acepta su destino.
Esta historia hermosa y tenebrosamente retratada fue un esfuerzo conjunto del Teatro aficionado Camaleón que programó 4 funciones, los pasados 8,9, 10 y 11 de Junio. No se con franqueza si vayan a presentarla nuevamente, pero si lo hicieran, les recomendaría mucho que fueran a verla.
El espectáculo había finalizado con un estruendoso aplauso. «Será que estos locos querrán parchar un rato más para hablar del show?», especuló DulceMuerte, mientras hacia venias al público envuelto en su trusa rojo y gris.
Como no podía copiar y pegar en su celular, ni hacer “clic” en enviar. Se acercó a sus interlocutores y dijo. —¿Si les gustó?—
Dicen que el tiempo es relativo y que se vive diferente en cada situación. DulceMuerte ya no piensa. Solo siente. En un cerrar y abrir de ojos se ve fundido en un abrazo cerrado con su esposa y amigos. DulceMuerte entiende como es sentirse feliz.
Una risa franca se escucha en el lobby del Teatro Leonardus, donde el habitante del apartamento del segundo piso de un edificio de ladrillos naranjados, desde donde se puede divisar la ciudad de Bogotá en todo su esplendor hacia el occidente, triunfa como DulceMuerte.
Lina y yo somos testigos.